miércoles, 2 de abril de 2008

El miedo más viejo de cada individuo que forma la humanidad es la soledad, el miedo a quedarse solo.

El hombre en sí, nace solo y muere solo, lo cual es razón suficiente para no tener miedo, lamentablemente, el hombre no fue hecho para estar solo y se le brindo desde el primer momento una compañía de por vida; cambiando nuestro primer razonamiento, el hombre nace solo pero la acompañan los seres que intervienen en su nacimiento, y muere en compañía de los seres queridos (hago un paréntesis al tomar la palabra compañía en un aspecto físico, mental, moral y espiritual), lo cual nos lleva a infundirnos el miedo a estar solos, algunos por amor, otros por costumbre y algunos pocos por carencia.

Cómo se puede estar solo con millones de billones de personas alrededor.

Con la razón de que el hombre aprendió a amar, aprendió la palabra amistad y aprendió a convivir, todo lo que normalmente hacemos sin comprender su significado y ni siquiera saber la palabra, y poco a poco, sin saberlo, vamos haciéndolo costumbrista, volviéndonos dependientes de las personas a nuestro alrededor, haciendo más difusa la idea de la compañía, acrecentando a la supuesta soledad cuando no tenemos esa compañía.

Nos volvemos tan ciegos respecto a los sentimientos que incluso se convierte en una enfermedad que nos amarga un tanto la vida, y otro tanto nos la amargamos intentando sentirnos solos y tratando de encontrar culpables de nuestra ineficiente comunicación, el cual en cierta forma se convierte en uno de los principales problemas, y se acrecenta por orgullo.

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