Que tanto cambia nuestra vida o que tanto dejamos que cambie cuando alguien o algo la afectan, es tan duro hacer las decisiones para algo que pudiera ser tan importante, una revolución en tu vida, toda una vida con sus planes y sus fracasos, un cambio tan radical sin el cual nos asfixiaríamos en la compasión y en el sentimiento cálido de lo conocido. Que lleva a aventurarnos un paso más de lo que pensábamos que podríamos hacer y a resistir esas decisiones, decisiones a lo correcto o al amor.
Un segundo, solo un segundo necesitamos para tomar una decisión, para encontrar razones, pros y contras a la vez, pero si estás seguro de estar parado frente a tu futuro, mirándolo a los ojos, ese segundo dura fracciones, que quisieras que duraran eternidades mientras lo retas a que de media vuelta y se vaya, ayudándote a decidir, porque hay aún una pequeña parte gritando “miedo”, pero cuando te regresa la mirada, respiras aún con los sentidos alerta, “aquí esta, al fin ha llegado”, desatando miles de sensaciones en el cuerpo que aparecen lentamente.
Porque cuando encuentras el “por qué” cambiar tu vida, a ti mismo, cuando realmente sabes que es hora de hacerlo, sabes que será para siempre y resistirás viento y marea, y mataras dragones por el hecho de ser feliz, a veces sacrificándote, o al menos intentándolo por lograr contagiar esa felicidad, ese amor, porque ese cambio no siempre reside en ti como persona sino en lo que puedes dar, en tus acciones, en como predicas tu vida.
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